
Las sociedades del presente parecen no distar demasiado de aquella antiutopía. En efecto, los avisos televisivos incitan al consumo compulsivo de mercancías que por lo demás no hacen sino generar la ilusión colectiva de bienestar que no es tal.
Ya que como sabemos, más allá de los índices exhibidos de modo público, la distribución de bienes no es ni cerca equitativa.
Vivimos en sociedades cada vez más desiguales, y como en la ya centenaria crónica ciudadana de Rafael Barrett es dable ver cada día a cientos de personas hurgando en los depósitos de residuos para buscar sustento a necesidades básicas insastisfechas. Sombras que deambulan por las calles cuando el sol comienza a ocultarse y las luces artificiales asoman sólo para aquellos que gozan del festín capitalista.
El auge de la construcción: la multiplicación edilicia no refleja un aumento de viviendas para los sectores populares, sino una espectacular expansión de inversiones financieras.
Esto significa que la brecha entre los poseedores y los desposeídos se amplia ad infinitum.
Quizás haya que preguntarse, como señala Martínez Estrada en La Cabeza de Goliath, cuántas ciudades conviven en el seno de las grandes urbes. Para concluir en una amarga reflexión: la exclusión social se matiene vigente, aún trascurridos docientos años de un supuesto grito de libertad, más ahogado que tronante, gracias a las fuerzas dominantes.
Carlos A. Solero
Miembro de APDH- Rosario
casolero_1@hotmail.com
20 de mayo de 2010
Fuente de la imagen: FlickrCC