Subjetivaciones políticas y políticas de subjetivación en la frontera modernidad-posmodernidad[1]
Analía Buzaglo y Pablo Hoyos
1. Introducción.
La idea de frontera, tan convocada en estos tiempos para dar cuenta de las inestabilidades, transiciones, a veces equívocas y a veces muy ciertas, nos permite introducirnos en un debate que consideramos actual: la relación modernidad-posmodernidad. Se trata de suspender el pensar en términos binarios, para percibir las continuidades y las hibridaciones que se producen en estos territorios inciertos y liminares.
En y desde la experiencia de frontera podemos percibir cómo en el contexto actual existen reiteradas y continuas presentaciones en relación a las cosas, las formas de decir, hacer y sentir que pretenden fulminar la viveza del aleteo incesante de la metáfora donde entendemos vive lo político como esfera instituyente de lo social. No hace falta irnos hasta los estudios de creación artística para hablar sobre poiesis, abstracción y vitalidad. Puesto que la guerra de guerrillas en la lucha contra el cliché -o estos modos de presentar, de decir y de hacer prefigurados hoy por el mercado- se da en el ámbito flotante de la acción cotidiana.
Las democracias modernas al instituir un nuevo polo de identidad mediante la figura del “pueblo soberano”, pretenden acotar y controlar bajo un aspecto de “unidad sustancial” la indeterminación radical que habita en toda experiencia colectiva, o lo que Spinoza llamaría “multitud”. Sin embargo, sabemos que esa búsqueda de identidad no se separa nunca de la experiencia de la división (Lefort, 1990). De ahí que el carácter conflictivo de las democracias modernas y el riesgo de que eso conduzca a regímenes totalitarios estén en el centro de la filosofía política, tal como la entienden, con matices, Arendt y Lefort (Belinsky, 2009). De este modo vemos cómo la independencia de ese espacio liminar, de creación, que llamamos “lo político” es decisivo para la emergencia de subjetividades políticas.
Desde la teoría social clásica es habitual pensar lo social estableciendo dicotomías como por ejemplo, individuo y sociedad, naturaleza y cultura, estructura y acontecimiento (Fernández, 1989), lo cual ha llevado a construcciones ficcionales que fueron performando dispositivos de subjetivación o políticas de subjetivación -modos de pensar, de sentir y de hacer- también dicotómicos. La ficción del individuo atraviesa desde el ámbito teórico (teoría jurídica, teoría política liberal, y otras tantas) hasta las prácticas cotidianas, y constituye una forma política de subjetivación muy arraigada.
Tanto lo individual como lo social son dos ficciones instituidas en el imaginario social de la cultura occidental y que hoy en día siguen operando. Individuo y Sociedad componen una antinomia que propone maneras de ver y de pensar las cosas. Esta forma de ver, es hegemónica y está inscrita como un cliché fijador con medios de expresión, comunicación y performatividad bien definidos.
Las experiencias de frontera permiten empezar a cuestionar las instituciones que legitiman, mantienen y sostienen dichas ficciones. Nos referimos a todas aquellas formas en que el Estado se hace/ía presente en nuestras vidas cotidianas, es decir, las formas que tiene/ía de configurar el poder político, la educación, el control, y por qué no también los modos de hacernos gozar. En este sentido, las experiencias de frontera se mueven en el territorio de las luchas por la autonomía, en tanto que aperturas ontológicas y posibilidad de sobrepasar el cerco de información, de conocimiento y de organización que caracteriza a los seres autoconstituyentes como heterónomos (Castoriadis, 1998).
Mediante diferentes mecanismos de comunicación y permormatividad, el imaginario social instituido se hace oir, incorporar, oler, divulgándose desde las escuelas hasta la publicidad. De esta forma compleja deviene, por ejemplo, la categoría “cultura de masas”, como aquella que trata de fijar la existencia de una cultura, llamada “de masas” a la que liderar o guiar, en lugar de una cultura de agentes singulares y autogestionados, capaces de constituir su propio mundo según otras leyes y crear un nuevo eidos (forma) ontológico, otro sí-mismo diferente en otro mundo (Castoriadis, 1998). Esta bisagra que separa “mundos”, también sirve para pensar lo que venimos llamando experiencias de frontera.
Asimismo, la “cultura de masas” constituye un dispositivo que tiende a limitar la emergencia de la singularidad que deviene de lo colectivo y no de la masa. En tanto que lo colectivo, como multiplicidad de singularidades, es el territorio donde podemos rastrear la subversión del imaginario de la “cultura de masas” y de la masa como devenir trágico de lo colectivo.
La conceptualización “cultura de masas”, nos da a ver, nos muestra, enfoca sobre y hace un énfasis insistente, en las homogeneidades a través de la producción a gran escala ocultando esta tendencia bajo variaciones superficiales destinadas a fundar la ficción de nuevos productos y de nuevos prometedores escenarios a habitar. De este modo, el cliché parece engullir la vida y los territorios transicionales donde es posible la creación común y su sentido político. Pareciera que nuestra “agencia” como “ciudadanas/os libres” de las democracias modernas occidentales, se limita a poder elegir entre posibilidades ya propuestas.
Es por ello que nos interesa arrojar una mirada crítica sobre el sistema actual de producción capitalista, y la lógica del mercado globalizado, centrándonos en los procesos de producción de subjetividad y sus correlatos políticos. En tanto hablamos de subjetivaciones políticas y políticas de subjetivación, nos preguntamos: ¿cómo pensar en términos “colaborativos” -al modo que lo enuncia Maurizio Lazzarato con la llamada “colaboración de mentes”- en un contexto de apropiación, acumulación, y generación planetaria de pobreza?; ¿cómo pensar subjetivaciones políticas que no queden entrampadas en las políticas de subjetivación que nos impone la lógica del mercado?.
En la lógica del capitalismo neoliberal, vemos la emergencia de la producción de subjetividades miserables a gran escala -entendidas éstas, como subjetividades masificadas, estratificadas, prefiguradas dentro de las llamadas ficciones modernas y traducidas en la versión neoliberal actual. Estas subjetividades se caracterizan por su emergencia en condiciones de destrucción de lo público y de lo común como territorio de creación y politización de la vida. El territorio de la imaginación creadora, ese espacio intermedio indispensable para la emergencia de subjetividades políticas, es capturado por la traducción constante del lenguaje de la mercancía.
Las subjetividades miserables ligadas a las formas de producción neoliberales globalizadas, y a los modos de intercambios que éstas posibilitan, son constitutivamente despóticas e insolidarias. La colaboración, el cooperativismo, no son afines con el modo de producción capitalista, por más que las teorías que versan sobre la temática de los “Recursos Humanos” intenten toscamente persuadirnos. Cuando una persona no puede o no quiere intercambiar, o no tiene qué intercambiar, se la suele llamar “miserable”. Y sin embargo, ¿Qué aspecto, sino es miserable, asume el intercambio y los sujetos que lo realizan en las condiciones actuales de apropiación fetiche de lo común?
Sin embargo, en la frontera modernidad-posmodernidad, también vemos dibujarse el surgimiento de subjetividades disidentes o autónomas -entendidas éstas, como subjetividades en las que la singularidad se afirma en el seno de procesos colectivos insurgentes, desmitificadores de las ficciones modernas y de sus instituciones. Un ejemplo de estos procesos de subjetivaciones políticas disidentes lo hallamos en algunas experiencias de lucha que se dieron y aún persisten en Argentina -en la autogestión de las fábricas, en las prácticas asamblearias en espacios públicos, en las prácticas económicas solidarias, en el surgimiento de formas sindicales independientes, etc. En estas experiencias cobra un nuevo sentido lo colectivo, en tanto territorio propicio para la emergencia singular de la existencia política.
Asimismo, con el ejemplo que citamos antes de la “cultura de masas”, vemos también cómo es precisamente en la cotidianidad, en el día a día, donde se articula la lucha permanente contra el cliché, contra las formas hegemónicas de mirar que pretenden reinar sobre la vista, y que pretenden aplastar la sensación contra un único nivel. Es en la lucha permanente de la pragmática de la convivencia, donde podemos encontrar uno de los territorios en los que es posible desmantelar la idea moderna de individuo y sus consecuencias políticas.
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Fuente de la imagen: FlickrCC – Flor
[1] Presentado en Primeras Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. 2010..
- Octubre: Del derecho y del revés de la época
- Prácticas de salud y educación: Algunas reflexiones acerca de sus efectos en la subjetividad infantil.
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